lunes, 30 de junio de 2008

Kachkaniraqmi: la lucha por la identidad nacional / parte 1

"No soy un aculturado; yo soy un peruano
que orgullosamente, como un demonio feliz,
habla en cristiano y en indio, en español y en quechua."
Jose Maria Arguedas (Lima,Octubre de 1968)


Hace unas semanas, caminando por las calles limeñas, vislumbre a dos chicos con rasgos propios de la gente del interior del país, pero con los cabellos teñidos en las puntas y con atuendos relacionados a la moda del reggaeton. Extrañado, no pude evitar recordar un cuento que leí en uno de mis primeros años de secundaria, cuando aún estaba en el colegio. El cuento se titulaba “Alienación”, en donde Julio Ramón Ribeyro nos narraba las peripecias de Roberto (quien después seria “Boby”) y José Maria, dos jóvenes peruanos de raza negra, quienes viajan a los Estados Unidos tratando de imitar la apariencia y el modus vivendi norteamericano, cosa que eventualmente no lograron. El cuento en esencia nos propone la siguiente interrogante ¿Es la alienación un agente enriquecedor o destructor de tradiciones?

Es conocido por todos que con la llegada de los españoles a nuestras tierras y la implantación de un sistema colonial en el siglo XVI, se inicio, junto al proceso de evangelización indígena, un arrollador proceso de aculturación, incentivado por la Corona Española con el fin de erradicar por completo la ideología y cultura indígena imponiendo el pensamiento peninsular hasta en los aspectos más fútiles de la vida indiana, aunque eventualmente lo que lograron fue un mestizaje pleno, una mezcla de sangres que caracteriza a nuestro país hoy en día. Siglos más tarde, si bien la problemática de la transculturación se ha atenuado en cierta forma, aún existe pero con otros matices. Ahora ya no hay lugar a mestizaje, sino el afán de imposición completa y desalmada de un grupo poderoso sobre uno minoritario pero con gran significado en el Perú. Este “abandono de las instituciones culturales indígenas y la adhesión a las que ofrece la cultura occidental – criolla” (Quijano, 1980:69) en la población nativa resulta más nocivo que ventajoso en un país como el nuestro. Es por ello que planteo que la transculturación dificulta el desarrollo de una identidad nacional en los migrantes.

En tiempos como los nuestros, cuando la lucha por una propia y sólida identidad cultural se vuelve cada vez más ardua, tratar el peligro que constituye esta aculturación en los migrantes, quizá los mas afectados ante la disyuntiva del cambio cultural, resulta fundamental para la concepción del significado de nación en una país tan fragmentado y lleno de diferencias como el nuestro. La “alienación” de la cultura original, desarrollo de complejos de superioridad en los migrantes y el posterior choque intracivilizatorio que trae consigo la destrucción mutua entre ambos grupos expanden la brecha existente y atentan contra lo que estamos luchando: una verdadera república de peruanos.

Debido al vertiginoso proceso de globalización en el que estamos inmersos, la cultura original se ve supeditada a alienarse en su relación con la cultura hegemónica. Prueba de esto, es el hecho de tratar de imitar la apariencia y las costumbres de los citadinos. Al respecto, Maria Inés Quevedo Stuva en “Identidad entre los migrantes” nos muestra el testimonio de Aleja, una mujer de 38 años, proveniente del departamento de Ancash: “Claro, acá hablamos castellano, allá uno habla quechua. En la manera en que uno se viste, en esa forma he cambiado. Allá me vestía con polleras, acá, en cambio, me pongo faldas, pantalón. Allá nadie se ponen chorcitos (sic.), allá la gente usa trencitas, acá usamos pelo teñido, corto.” (Quevedo 239: 2007).

Otro punto clave en este proceso de transculturación es que ciertos conceptos, utilizados en su sistema cultural indígena, no son aplicables en la sociedad urbana, donde la economía de mercado exige otro tipo de conducta, la práctica de la reciprocidad es una de las tantas afectadas. La reciprocidad, en términos de Quevedo, se define como “una forma de intercambio de bienes y servicios revestido de un simbolismo que toma la transacción en un intercambio ceremonia”. (2007:218) Alfredo Covejo, señala “Por ahora, las etnias no pueden encapsularse ni rechazar lo que el mundo produce, asimilando lo que les conviene.” (2002: 196) Sin embargo, el encuentro de estas dos visiones alimenta aun más la situación de conflicto entre estos dos bloques, reflejado en los estereotipos de “egoístas”, “poco solidarios” e “indiferentes” aplicadas por los migrantes a los ya “aculturados citadinos.” (Quevedo, 2007:238)

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