viernes, 12 de diciembre de 2008

EPILOGO


“Mé voilá, livre et solitaire…”
Charles Baudelaire

A pesar del insoportable bochorno contenido en el aire de la pequeña cafetería del Británico de Miraflores, no podía evitar sentir un frío interior que había estado congelando mis entrañas desde una nefasta tarde de enero, hacia unos dos meses atrás (o un quizá un poco menos). Ciertamente, no volví a ser el mismo desde aquel día. Atrás habían quedado mi estúpida inocencia de adolescente enamorado, mi condición de animal rastrero había muerto junto con el Raúl lindo y buena gente, a quienes todos consideraban como el ser mas honesto e incapaz de hacer mal a nadie. Entré al baño del lugar y me miré al espejo. Una gota de sudor resbalaba por mi pálida frente, mis cabellos negro azabache se revolvían hasta convertirse en una melena felina en pleno crecimiento. No podía creer que aquel chico ojeroso, de barba y bigote incipiente y ojos hinchados de resentimiento que me miraba, era el mismo que años atrás no podría haber encendido un porrito sino solo para analizarlo con febril curiosidad, un pavazo que se creía todo un cuento chino de falsas promesas de amor.
Jalé de la llave y un chorro de abundante agua me bañó las sudorosas manos. Sumergí mi cara en el pozo que se había formado en el fondo del albo lavatorio y quedé como flotando por unos segundos. Me sentí un bebé en la placenta de la madre, en una piscina de aguas azules, como en el disco de Nirvana, “Nevermind”, sin preocupaciones, sin líos ni penas. Algo vibró en mi bolsillo, me levanté y el agua chorreó por mis largos y ondulados cabellos empapando mi camiseta hasta la altura de los hombros. Extraje el celular de mi bolsillo izquierdo y contemplé el número con extrema estupefacción. Vacilé, debía de estar viendo mal, no podía ser ese número de nuevo, no después de tantos días de oportuna incomunicación e indiferencia. Debía de haber un error, cerré los ojos y los abrí de nuevo, el número seguía allí en clara actitud desafiante. Pensé en borrar el mensaje de texto, pero algo en mí quiso leerlo, muy adentro mío una mordiente curiosidad hizo que apretara el botón “ok” y la pantalla se llenara de diminutas letras negras, mientras yo incrédulo leía el siguiente mensaje:

“Raúl, sé que juramos no volver a hablarnos nunca más pero, al parecer, me voy y no quiero hacerlo antes de hablar contigo frente a frente y arreglar las cosas. No quiero tener problemas contigo, tu aun significas mucho para mi y por el amor que alguna vez existió entre nosotros, quiero que nos perdonemos el uno al otro”

Mis manos temblaban y mi incredulidad se confundía por la ira creciente en la presión de mi pecho. No me cabía en la cabeza como la mariposa traicionera, después de haberme literalmente matado en vida, podía venir tan descaradamente a querer buscar una reconciliación imposible de darse. Aun en mi permanente estado de flamígera conmoción, pude teclear algunas letras y responder el mensaje con lo único que podía decir en ese momento. No volvería a caer en su ponzoñosa trampa de viuda negra, de víbora letal. Primero muerto antes que volver a someterme a sus humillaciones, no toleraría que me utilizara como su perro faldero de nuevo. Con todo el odio que pude canalizar en mis largos dedos, conteste a su desparpajo con un mensaje determinante y conciso.

“No me jodas, lárgate y no vuelvas nunca más.”

Salí de los servicios higiénicos aun temblando y dos caras amigas me recibieron con impaciencia. Alejandra y Carlos me esperaban afuera, listos para una larga caminata por el malecón de la Reserva bajo el inefable sol de febrero. Se nos había hecho costumbre recorrer las bulliciosas calles miraflorinas, de casonas antiguas e hileras de pinos, luego de cada término de clase. Bajamos por el empedrado camino de Balta, pasando por el Club Terrazas hasta llegar al puente Villena, otrora trampolín de los corazones suicidas, del club de los corazones rotos. Poco a poco mi semblante pudo recuperar la tan ansiada tranquilidad. La brisa del mar me lamía la cara y jugaba con mis cabellos, mis dos acompañantes no cesaban de hablar ni un momento. Caminamos cerca de dos horas hasta que nos despedimos prometiendo volver a vernos cuando llegara el momento.
Ella nunca trató de comunicarse conmigo ni en ese día, ni en adelante. Estaba seguro que había leído el mensaje e imaginé divertido la cara de falsa tragedia que había puesto al leerlo. Y es que por primera vez ella había perdido. Recuerdo que cada vez que apostábamos o nos enfrentábamos en algún absurdo juego, ella buscaba hasta la excusa más disparatada para salir ganando. Nunca le gustó perder y ahora, tantos meses después, yo había herido su orgullo de hembra altanera. No esperaba que alguien que se había desvivido por ella le dijera que no aunque sea una vez. Imaginé casi en un ataque de risa el berrinche que estaría haciendo en esos momentos, la pensé tirada en el suelo dando de golpes al frío cemento mientras chillaba como una niña mimada a quien le han arrebatado un chupetín colorado. Aprovechando mi buen humor, bajé a saltos las escaleras del acantilado y llegué a la playa. Me quité las sandalias y en un arranque de desenfrenado júbilo chapoteé en la orilla como un niño en un día de playa.
El sol yacía radiante en el cielo limpio de nubes. Era un día feliz y caluroso, un verano ciertamente prometedor. Sentado en la arena pensé satisfecho en lo que acababa de hacer. Era libre como la brisa celeste que me acariciaba la cara y por primera vez en mucho tiempo, reí como un loco. No me importó que la gente me mirara algo temerosa o divertida. Reí solo pues solo me iría a quedar, reí de mi mismo y de lo estúpido que había sido al desperdiciar dos años de mi vida en una relación hipócrita y sin sentido con una mujer descarada y manipuladora que se había encargado de hacer mi vida de cuadritos. Pero no más, ese día en mi solitaria fortaleza de viento, arena y océano me prometí no volver a someterme jamás a otra situación semejante y pude, como tiempo atrás, llegar a la mar con la sola alegría de mis cantos.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Betrayal butterfly (Capitulo final)



“Con los nervios destrozados y llorando sin remedio,
como un loco atormentado por la ingrata que se fue.”
Andrés Calamaro

Los días posteriores a la ceremonia de graduación y previos a la fiesta de promoción transcurrieron sin mayor novedad. Discusiones vía telefónica, reconciliaciones apresuradas e indiferencia ante la vida del otro parecían presagiar la inminente catástrofe que estaba por venir. Mister G parecía aprovechar la situación pues cuando la visitaba en su casa, ella se empeñaba en ocultarme los mensajes de texto en su celular y cuando yo lograba, en un descuido suyo, manipular el aparato logrando avistar el nombre del sinvergüenza en la lista de llamadas o en la bandeja de entrada, ella me dirigía una risa nerviosa o una mirada de cínico reproche quizá queriendo reclamarme la falta de confianza. Estaba claro que la confianza y el respeto se había perdido hacia muchísimo tiempo, pues solo quedaban mentiras y apariencias entre nosotros. Pero yo no era capaz de terminar con la farsa, o a lo mejor ella era la que no dejaba que me fuera. Muchas veces he escuchado que a las mujeres les gusta sentirse deseadas y pretendidas por más de un hombre, ella lo sabía y aprovechaba que me tenía comiendo literalmente de su mano para coquetear con el indeseable que, a mi entender, se estaba dejando pisar tanto que parecía estar convirtiéndose en un prometedor candidato a quitarme el titulo del perro faldero más arrastrado de la promoción. Yo mientras tanto, permanecía en mis colosales esfuerzos de mantenerme incólume ante las constantes provocaciones por parte de ambos que parecían querer ocasionar que yo rompiera con la ingrata fiera para así tener una excusa de legitimar el infame affaire que se estaba iniciando a mis espaldas. Y aún con la cara de “yo no fui” tan característica en la mariposa traicionera, sabía que algo estaba pasando entre ellos dos, algo olía realmente mal en esa situación y yo no era tan idiota como ellos pensaban como no darme cuenta de que entre ambos había algo más que un simple “amor fraternal”, tal y como señalaba la belle damme sans merci en claro afán de apañador encubrimiento. Es cierto, nunca pude probar la infidelidad pero los detalles en el comportamiento tan cauteloso de la sinvergüenza mariposa daban cabida a una serie de sospechas con sólidos fundamentos que respaldaban mi hipótesis del clandestino desliz de los indeseables.
Era la noche del 28 de diciembre del 2007 y mi actitud era más acorde a la de un preso condenado a muerte que a la de un alocado adolescente de 17 años a punto de participar en el último acontecimiento de su vida escolar. Mi terno nuevo, camisa y corbata permanecían abultados en algún lugar del caos que era mi cuarto. Eran ya casi las 8:30 minutos de la noche cuando mi madre toco la puerta, interrumpiendo mi contemplación del vuelo de las moscas sobre mi cabeza, para instarme a arreglar mi desgreñado aspecto pues la mariposa traicionera estaría esperándome lista en la sala de su casa en menos de media hora. A regañadientes, tomé mi abultada ropa y entré a la ducha, más por obligación que por libre albedrío. El agua helada pudo despejar mi mente, más no mi apatía absoluta ante la situación. Me vestí casi a zancadas y baje las escaleras para encontrarme con el amigo de mi padre quien, previo acuerdo, había aceptado ser el chofer ocasional de la noche.
Camino a su casa pensé en como una relación de tanto tiempo se estaba yendo al tacho tan fácilmente. La rutina, la falsedad y los celos estaban empezando a fortalecer la inminente idea apocalíptica del rompimiento indefectible. Ya a unas cuadras la imagine dándose los últimos toques en su arreglo personal. Me equivoqué. Apenas me apeé del auto, su madre salió por la ventana y se disculpo conmigo pues recién se estaba poniendo el vestido. Ocultando mí incomodad, tomé la cajita transparente que contenía la orquídea a obsequiar, me ofrecí a entrar y esperarla en la comodidad de los sillones de su sala.
Después de casi cuarenta minutos por fin apareció. Lucía un apretado vestido rosa tres cuartos que le resaltaban sus ya prominentes pechos y anchas caderas, se había laceado el cabello como todas las veces desde las fiesta de quince años, y había “embarrado” (no hay otra palabra) su rostro con una capa ultra gruesa de excesivo maquillaje que le daban un cierto aspecto a un payaso de circo. A pesar de todo y de su baja estatura (tenía piernas cortas), era una mujer de una belleza perturbadora, capaz de seducir al más estúpido y calzonudo de los nerds. Ella se acercó y dedicándome una sonrisa de lo más fingida se dejó poner la orquídea en un extremo superior del vestido. Acto seguido, su madre y su prima, divertidas, se dispusieron a tomar las fotos del recuerdo, mientras yo trataba de parecer lo mas sereno posible, a pesar de mi evidente fastidio ante el hecho de asistir al evento más esperado del año con una persona con la que me sentía incómodo en extremo.
Ya camino al Club Árabe Palestino (lugar escogido como sede de la reunión), en Monterrico, más que una ley del hielo, había entre nosotros un témpano entero de incomunicación e indiferencia. Yo pasaba el tiempo contando árboles, mientras ella parecía absorta en otros asuntos que no eran de mi incumbencia. Fue entonces cuando decidí tomar la iniciativa. Extraje el celular de mis hondos bolsillos y escribí un mensaje en el que le hacia la absurda e infantil promesa de volver a enamorarla, de dar lo mejor de mi para que todo fuese como antes. Ella lo leyó y con una mueca de hastío en el rostro respondió secamente “Que bien”. No supe que mas hacer, su frialdad y ligereza ya me estaban haciendo perder la paciencia, no pude controlarlo más y la enfrenté tratando de no perder los estribos.
“Parece que a ti te importa muy poco lo que haga o deje de hacer para salvar nuestra relación ¿no?” – mi fastidio hablaba por si solo
“¿Cómo crees, Raúl? Yo soy la que más quiere que todo esto termine. No quiero seguir peleando contigo cada vez que nos vemos, Tú eres todo para mí. Quiero quererte como siempre, como antes pero tú no me dejas.”- Eran ella y su carita de pobre victima de nuevo. Me estaba pasando la factura de la precariedad en el estado de nuestra relación, haciéndome sentir culpable. Decidí no pronunciar palabra alguna de nuevo, pues todo lo que dijera sería usado en mi contra.
Es realmente decepcionante haber compartido tanto con una persona, hasta el punto de creer haberla llegado a conocer por completo, cuando en realidad no la conociste en lo más mínimo. Todos los “te quiero”, los besos y las promesas de amor eterno eran meras mentiras. Todo fue un disfraz confeccionado a la medida de la mariposa traicionera, una especie de crisálida para la larva que se prepara a emprender vuelo a otro pistilo, dejando corazones marchitos de dolor y pena a su paso.
Ya entrando al local, la ayudé a bajarse del auto y entramos sin dirigirnos la palabra. La multitud congregada se volteó a vernos y percibí las miradas de algunos chicos. El ceñido vestido empezaba a cobrar sus primeras víctimas. Tratamos de disimular nuestro fastidio mientras saludábamos a las demás parejas y avanzábamos por el largo camino alumbrado tenuemente por las farolas a los costados y los jardines llenos de vegetación irradiando belleza. Divisamos la gruta y esperamos nuestro turno para la foto de reglamento. La miré de reojo y mi desesperación arremetió de nuevo.
“Dime, qué hago, ¿Qué hago para complacerte, para que todo sea como antes? ¡Dime qué hago para hacerte feliz! – ya no podía controlarme.
Ella no pudo responder. Los fotógrafos nos llamaban a posar y ambos nos dirigimos al centro de la gruta. La encargada pareció notar nuestro estado de evidente fastidio, pues hizo unos comentarios sarcásticos con el fin de hacernos sonreír para la cámara que teníamos delante nuestro. No lo logró. Fue entonces que Mister G hizo su aparición en el lugar. La mariposa lo buscó con la mirada pero el no se acercaría a ella ni en ese momento, ni en toda la fiesta. Meses después, conversando con una amiga suya en la universidad habría de enterarme que la mariposa traicionera ya estaba en planes de iniciar algo con el sinvergüenza desde poco antes de la fiesta de promoción y el distanciamiento entre Mister G y la ingrata fiera se debió a que a este le jodía que yo fuese la pareja de la traidora y el no, porque temía que nos reconciliáramos en el transcurso de la noche. La mariposa traicionera, en otras palabras, había estado tramando este triángulo desde hacia tiempo. Pretendía mantenernos a los dos en vilo, para que en caso de fallarle la jugada con uno, tener de repuesto inmediato al otro comechado con tal de no quedarse sola ni un solo momento.
Recuerdo los primeros meses, cuando medio broma, medio en serio, me burlaba de ella porque no sabía mentir ni en las cosas más mínimas. Sudaba, desviaba la mirada y las manos le temblaban. (“Aunque, quisieras no podrías, eres incapaz de engañarme”)Tantos meses después, me doy cuenta que, o siempre fue una mentirosa o aprendió poco a poco (quizá por mis mofas) hasta lograr a tejer una red consistente de mentiras con la habilidad de una araña ponzoñosa, convirtiéndose en una maestra de la hipocresía.
Eran ya casi las 11 de la noche cuando nos llamaron a entrar al salón donde se llevaría a cabo la esperada fiesta. Una por una, las parejas descendían por la escalera entre flashes relampagueantes y risas de sana complicidad. La mariposa traicionera y yo, logramos por un momento disimular nuestro disgusto mientras nos ubicábamos en la mesa, participábamos en el emotivo brindis con las palabras del padrino de la promoción y deglutíamos la exquisita cena a la sola luz de las velas.
Es curioso pensar que de las cinco parejas que compartíamos la mesa, cuatro romperían tiempo después de la fiesta y solo una se mantendría unida aun fuera de las aulas del Ramírez Barinaga. Jorge Ricaldi y Adela Rosales, a pesar de los problemas comunes en toda pareja, mantiene su relación entre las cómodas aulas y los vastos jardines de la Universidad Católica. Los desgastantes flagelos de la rutina y los celos habrían de acabar con las cuatro restantes, entre las cuales estábamos la mariposa traicionera y yo.
Saciados los estómagos y tras intercambiar algunas palabras entre las mesas, la fiesta se inicio y el desenfreno reinó en la sala. Bailé muy poco esa noche, hundido en mi asiento me dedicaba a contemplar con sana envidia el jolgorio de la multitud. A mi lado, una copa de whisky y un cigarro a medio terminar eran las únicas compañías de mi actitud derrotista. La mariposa no perdía el tiempo, tras haber cumplido conmigo se retiro presurosa a disfrutar de la noche. Bailé con ella muy pocas veces. Cada una más corta y apática que la otra, cuando la música cesaba me retiraba a mi rincón oscuro en busca de la copa de whisky siempre a la mitad. Así pasaron, una hora tras otra, yo sentado y ocasionalmente empujado a la pista de baile por alguna chica animosa en extremo y ella evitando acercarse a la mesa, buscando bailar cada pieza con tal de no cruzarse conmigo.
Eran ya casi las cuatro de la mañana cuando nos volvimos a ver las caras. Ella se dejo caer agotada en su asiento mientras yo volvía a llenar otra copa de whisky y encendía otro cigarro. Lo hacía a propósito, a ella le disgustaba que fumase. La confusión reinaba en mi cabeza, el whisky empezó a hacer efecto y las palabras salieron de mi boca, casi sin darme cuenta.
- ¿Qué paso? ¿Por qué todo esto se esta yendo a la mierda? ¿Aun me quieres?
Ella callaba. Buscaba algún punto vago en el aire lejos de mis ojos, sabia que si me miraba, descubriría sus tretas infames. Pero yo no era tonto, lo intuía desde hacia tiempo. Fue entonces que arremetí de nuevo.
- Tú sientes algo por él, ¿no es cierto? – mi ira incandescente volvía a aflorar. Ella pareció temblar, pero decidió romper su silencio.
- Raúl, por favor. Quiero pasarla bien contigo por favor no arruinemos la noche con temas que no vienen al caso – Su mano se apoyo suavemente sobre una de las mías. Fue entonces cuando supe que debía comprobarlo. Me acerque lentamente hasta que nuestros labios quedaron en perfecta posición para un beso inmediato. Ella pareció intuirlo pues aparto su rostro bruscamente.
- ¿A que juegas? ¿No te entiendo? Me tomas de la mano, me abrazas, te comportas como si estuvieras conmigo? ¡Que rayos quieres que haga!
Ella temblaba. Sus ojos se nublaron y supe lo que estaba por venir. Recostó su cabeza en los brazos desnudos y empezó a llorar lenta y silenciosamente. Traté de consolarla, no pude, su llanto era incontenible. Era ella usando su careta de inocencia de nuevo. Algunos curiosos se acercaron a contemplar la humillante escena y no supe donde esconder la cabeza. Percibí los comentarios del tipo “ella se merece alguien mejor” a mí alrededor, volvía a ser el malo de la película ante los ojos de una parte de la promoción. No podía soportarlo mas, es así que tome mi saco y me largue a otro lugar hasta que las cosas se calmasen un poco.
El aire puro de los jardines me permitió llenar los pulmones de calma. Me cruce con varias personas y pude librarme del yugo asfixiante y el veneno de la ingrata y traicionera fiera. Me tome unos tragos con algunos, converse con otros y baile con algunas pocas chicas. Ya pasados casi 50 minutos desde que me aleje de la mesa, decidí volver a enfrentarla. Y contrariamente a lo que pensaba, la mariposa traicionera me recibió con una calurosa sonrisa. Advertí que había aprovechado mi ausencia para lavarse la cara y conversar un poco con sus “amigas”. Me invito a sentarme e intuí que su rara sonrisa se debía a una clara señal de triunfo tras haberme desprestigiado una vez mas ante los ojos de todos y haberme hecho volver arrastrándome a pedirle perdón. Lo ultimo no lo hice por cierto, y quizá por eso luego de que los mozos trajeran el desayuno y devoráramos los emparedados de jamón y queso y la jarra de jugo de papaya se fuera rauda a buscar a sus desdeñosas amistades quienes me lanzaron mas de una díscola mirada de rechazo.
Eran ya casi las seis con treinta minutos de la mañana cuando la gran multitud congregada en la terraza del club, empezó a darse el abrazo del adiós. La mariposa se había ido con su grupo de antipáticos y yo me despedía de las personas con quienes ocasionalmente me cruzaba. El largo camino hacia la salida lo recorrí prácticamente solo y sin mirar atrás. Ya a punto de subirme al taxi donde mis padres me esperaban la vi. Me miraba de reojo disimulando su inquietud mientras conversaba con uno de sus díscolos acompañantes. No, no caería en su juego; no iría arrastrándome de nuevo hacia ella. Sin embargo, su telaraña asfixiante fue más fuerte que mi voluntad de aferrarme a mis cinco sentidos. Me acerqué y le di un beso en la mejilla para subirme al taxi y notar, antes de que el vehículo arrancase, como la fiera esbozaba una sonrisa de cruel satisfacción.
Camino a mi casa, no podía pensar en otra cosa que los limites a los que estaba llegando l grado de manipulación de la mariposa traicionera. Era momento de parar con todo esto y poner las cosas en claro. Decidí, entonces, que la iría a buscar a su academia pasadas las fiestas de año nuevo. Una vez en mi cuarto y luego de una absurda conversación con mi padre, me tire en el catre y dormí esperando que todo fuese mejor en el año que estaba por venir.
La mariposa traicionera habría de irse al día siguiente a Iquitos, invitada por unos amigos suyos a pasar el año nuevo en la ciudad mas “caliente del país. Dejo su celular apagado en su casa, argumentando que seria difícil agarrar señal estando allá, en la frondosidad de la selva peruana. Nada más falso, con la avanzada tecnología en materia de telecomunicaciones era posible contactarse con cualquier persona aun desde los confines más remotos del país. Uno mas de sus artilugios para mantenerme alejado e indiferente ante todo lo que pudiese hacer por esas tordidas tierras, aprovechando su anonimato. Prometió llamarme apenas pudiera. Como es de suponerse ese “apenas pudiera”, nunca llegó, pues la única forma en la que pude comunicarme con ella fue el 1 de enero del 2008, en una accidentada conversación en la cual le reclame su falta de tacto al haberme hecho esperar como huevon al costado del teléfono por tres días seguidos. “Déjate de tonterías, Raúl. Igual nos vamos a ver mas tarde”, para luego desconectarse súbitamente dejándome hecho hablando solo como un loco al borde de la histeria. Ese “nos vamos a ver mas tarde” tampoco sucedió. Cuando la llame para preguntarle si podría ir a visitarla, me dijo que estaría demasiado cansada y ocupada esa tarde como para recibirme en su casa, por lo que nos veríamos un día de esos, ella me diría cuando.
El miércoles 2 de enero parecía ser un día radiante y feliz. Los niños jugaban alborozados en los parques y el sol prometía un verano largo y caluroso para los amantes de la vida nocturna y las playas a lo largo del litoral. Aprovechando la ausencia de mi padre y mi hermana, devore menos de la cuarta parte de mi almuerzo y sin mayor dilación salí con dirección a la academia donde la mariposa traicionera asistía. Legue en el momento preciso cuando una multitud de excitados muchachos huía literalmente de las cerradas aulas del lugar, buscando algún plan para el día soleado e inicio del verano limeño. La vi salir con Giulianna y un grupo de amigas, ella me miro, notablemente incomoda se despidió de sus acompañantes y se acerco vacilante a mi.

“¿Qué haces tu, aquí? ¡Te dije que te llamaría cuando pudiéramos vernos!” – su voz era cortante.

“¿Acaso no puedo venir a visitarte? ¿Me estas escondiendo algo? – sabia que la tenia acorralada.

“Tengo un compromiso, voy a salir con…” – callo, se sentía intimidada.

“¿Por qué no terminas la frase? ¿Hay algo de lo que no quieres que me entere? – mi paciencia se estaba acabando

“Raúl, no comiences de nuevo, en serio tengo que irme, yo te llamo mas tarde”- avanzo unos pasos, la seguí y la tome del brazo, ella se zafo rápidamente y me miro asustada. Ya no lo soportaba más.

“No, esto se acaba aquí y ahora. Quiero que pongamos las cosas en claro. Quiero que me digas que somos, si estamos o no. ¡Quiero saber que hay entre nosotros!” – estaba a punto de explotar.

“Basta, Raúl. Si quieres una respuesta voy a salir con G ¿contento? Estoy empezando a sentir algo por el, es lindo y me escucha. Por favor deja de hacer esto” – ella empezó a caminar mas rápido, casi a trotar como si quisiera huir de mi.

La escena era humillante. Ella caminaba delante mío y yo la seguía casi a rastras. Algunas personas parecieron percatarse de lo que ocurría pues volteaban a mirarme con compasión y curiosidad. Fue entonces cuando la mariposa volteo y dijo determinante.

“¡Deja de seguirme!. ¡Aléjate de mí! No quiero que me vuelvas a llamar o a buscar. ¡Desaparece de mi vida! “– su voz delataba su nerviosismo.

“No entiendo como una persona puede decirle a alguien que la ama para que días después no quiera volverla a ver nunca mas. Todo este tiempo jugaste conmigo. Eres realmente de lo peor…” – mi voz temblaba y las silabas sonaban entrecortadas.
La nubosidad de mis ojos me impidieron ver como ella, me dedicaba una mirada de cínico reproche, mientras subía a una unidad de transporte público que la llevaría a su casa. Esa seria la última vez que la vería. Me quede quito por un largo rato en el paradero sin saber que hacer. Luego de unos minutos empecé a caminar sin rumbo, casi a tumbos, mientras mis lágrimas apagaban el cigarrillo que había prendido hacia un momento. Caminando por el puente me detuve y mire a los bólidos pasar a una velocidad vertiginosa. Lo pensé, seria rápido y fácil, no habría mayor sufrimiento. No lo hice, era demasiado cobarde hasta para tirarme desde esa altura y dejar que los autos machacaran mis huesos. Me senté en una banca, hundí la cabeza en mis manos y llore por largo rato. Note que alguna gente me miraba con lastima, no me importo. Un niño se me acerco ofreciéndome un caramelito de limón. Lo acepte fingiendo gratitud para que volviera con su compasiva madre.
Cuando hube llegado a mi casa, con la esperanza de pasar un momento de absoluta soledad en mi cuarto, subí las escaleras a zancadas. Desafortunadamente mi padre estaba ahí, decidí entrar sin saludar y me encerré en i cuarto a someterme al proceso sadomasoquista de buscar todas y cada una de las notas que contenían las falsas promesas de amor eterno y cariño incondicional. La leí una por una y cuando hube terminado metí cada una de las cartas y regalos en una bolsa negra de basura. Si habría de olvidar, tendría que olvidarla del todo, pero no podía hacerlo solo. Llame a varias personas, nadie contesto pero cuando casualmente marque el número de Giulianna su voz me respondió por el otro lado del auricular.

“Hola, Raúl ¿que pasa?” – sonaba casi a bostezo, supuse que estaba estudiando para el todavía lejano examen de admisión.

“Giulia necesito hablar con alguien. ¿Crees que pueda ir a tu casa un momento? – trataba de que mi voz no sonara tan entrecortada.

“Claro, ven aquí te espero” – Me despedí, corte la comunicación, tome la bolsa negra que contenía todos los amargos recuerdos de la mentira que acababa de terminar e inhalando profundamente, gire la manija de la puerta. Debía de parecer normal, mi padre no debía darse cuenta de mi estado de atribulacion. Le dije donde iba y sin más demora salí camino a casa de Giulianna.
Toque el timbre y una larga y dulce melodía retumbo en las paredes de su casa. Ella salió, noto mis ojos llorosos y me abrazo. Llore con fuerza y rabia, pasamos a su estudio y me senté en el sillón de la computadora. Le conté todo lo que había pasado y le mostré la bolsa con los amasijos de papales y regalos. Al poco rato llego Sol, conversamos de lo mismo y les conté mi determinación de quemar todo lo que me recordase a ella. Revisaron la bolsa y Sol me pidió que le dejase quedarse con un dije que contenía sus iniciales. Se lo di. Rompí cada una de las notas y ellas me miraban desconcertadas. Finalizado el procedimiento le di la bolsa a Giulianna y ella la llevo a la basura.

“¿Estas seguro de lo que acabas de hacer?, mira que no hay marcha atrás” – ellas me miraban asustadas, realmente el chico que rompía los papeles lleno de odio no era el Raúl que conocían.

“Es algo que debí hacer hace muchísimo tiempo. Esto nunca debió pasar, no debí haber tenido algo con ella. Todo era perfecto cuando estaba solo” – me sorprendió la determinación y el rencor en mi tono de voz. Nunca había hablado así en mi vida.

Luego de aquel día no volví a saber nada más de ella. Cambie mucho, es cierto. Mi misantropía volvió y con ella mis largas caminatas por el malecón de la Reserva. Me jure no volver a enamorarme, no volver a ser manipulado y maniatado por otra mujer en mi vida. Me jure no volver a pensar con el corazón, volvería a ser tan frio y razonador como antes, un animal, algo de maquina casi nada hombre. Y me prometí contar toda mi historia, como testimonio de infamia y prevención a aquellos que se crean el cuento del amor eterno e incondicional, porque este es el ultimo dolor que ella me causa y estos son los ultimos versos que yo le escribo.


(Por) FIN